Más de mis Crónicas Parisinas!!!
©Lirio GB

Sylvie Guillem en la Opera Bastille      

    Laurence, mi adorable maestra de danza, solía comprar boletos para espectáculos a los que sus alumnos quisiéramos ir.  Muchos de ellos en el Théatre de la Ville* o en la Opéra (Palais) Garnier*, pero también, aunque menos seguido, en la Opéra Bastille*. 
    La Opéra Bastille fue construída por el arquitecto Carlos Ott en 1989, para celebrar el bicentenario de la Revolución Francesa,   Era lo que entonces se llamaba uno de los Grands Travaux du Président (Grandes obras del presidente) que Francois Mitterand emprendió durante su mandato.  Se trata de un teatro gigantesco situado en plena plaza de la Bastilla para complementar la programación de la otra ópera, El Palais Garnier. 
    Yo no lo conocía y la oportunidad de entrar y de ver además a la Compañía de Danza de  la Opéra presentando a la prima ballerina Sylvie Guillem en Romeo y Julieta de Prokofief era excepcional para mí.  El vestíbulo de ese edificio es menos cálido que el del Palais Garnier, quizá por su moderna sobriedad: muros lisos, discretas aplicaciones para la iluminación de esos grandes volúmenes arquitectónicos. 
    Llegué sola y en la entrada me encontré con mi maestra y con algunas de mis compañeras de la clase.  Entrar al teatro era toda una ceremonia.  No recuerdo lo que llevaba esa noche, pero debe haber sido algo particularmente elegante, a juzgar por las miradas de mucha gente.  Miradas muy halagadoras, viniendo de las personas más glamour de París , como Sonia Rykiel y otras celebridades cuyos nombres he olvidado. 
    Recuerdo haber recorrido el vestíbulo antes de entrar a la sala, de haber ido a inspeccionar hasta los baños y los balcones, de haber examinado cada palmo de alfombra, de muro, de escalera...   
    La sala es tan funcional como el vestíbulo y la fachada. Siendo un teatro moderno, la visibilidad es perfecta desde cualquier ángulo, cerca o lejos del escenario, cosa que no sucede en la Opéra Garnier, donde hay lugares que sólo tienen por vista una columna o un arco.  En Bastille hay balcones de blancura de leche, una sala inclinada hacia adelante y sobre todo, una extraordinaria sensación de espacio y de lujo. 
    La función fue magnífica.  Sylvie Guillem era una espiga: alta, delgada, elástica, grácil.  En esos vestidos de gasa rosa-beige se movía como en el agua.  Cada escena de la obra fue mágica. En particular la Danza de los Caballeros,  una música que sin querer me recordaba a la publicidad para el perfume Egoïste de Chanel, en la cual muchas mujeres, cada una más bella que la anterior, salían por los balcones de un edificio enorme, al estilo del hotel Martínez de Cannes, y azotaban las persianas abriendo y cerrando al ritmo de la música: “Egoïste, egoïste...” 
    A pesar de que el ballet clásico no es lo que más me gusta en la vida, creo que ese fue uno de los espectáculos más bonitos de mis años parisinos. Un privilegio ver a una bailarina estrella en todo su esplendor.  He seguido posteriormente la carrera de Guillem en su sitio web y creo que a pesar de que han pasado algunos añitos, ha evolucionado de manera sensacional.  Es una gran artista y un ser humano de gran calidad.  ¡Qué maravilla haberla visto en carne y hueso! (¿o debiera decir en hueso y hueso?).  





















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